Gaspar Becerra. FRESCO Danae consiguiendo a Perseo con la lluvia de oro de Zeus

El Palacio Real de El Pardo, hoy morada temporal de jefes de Estado, acaba de recobrar, bellamente restauradas, pinturas ocultas de incalculable valor para la historia del arte del siglo XVI en España. Su valía procede de su original pureza renacentista. Las pinturas han permanecido escondidas dos siglos bajo una capa de yeso forrado de terciopelo que impedía ver sus finísimos contornos y su fascinadora policromía.
Reproducción del Museo de los Pasillos
Original de Gaspar Becerra

Visión del Techo del Torreón del Palacio del Pardo.

Se integraban en un relato mitológico surgido de la pintura al fresco del jienense Gaspar Becerra, discípulo en Italia de Miguel Ángel Buonarroti y de Giorgio Vasari, y decoraban los paramentos del torreón de la Reina, uno de los cuatro que jalonan el palacio madrileño. Casi todo el palacio, salvo el torreón que las albergaba, fue devastado en 1604 por un pavoroso incendio que mutiló, en parte, las ornamentaciones halladas. Ahora, en una restauración que ha costado 307.000 euros a Patrimonio Nacional, han sido recuperadas en todo su esplendor e interpretada la secuencia de su mítico relato.

Las pinturas cuentan las aventuras míticas de Perseo desplegadas en cuatro medallones, otros tantos cuarteles pictóricos y un tondo central, todo ello polícromamente ilustrado; las ornamentaciones, también al fresco, decoran las embocaduras de tres de los balcones de la torre con motivos de trasunto musical, sobre cuarteles romboidales en sus dinteles; sus zócalos se ven orlados por cenefas de raigambre persa -llegadas a través de Venecia, adaptadas en Génova y así recibidas en Madrid- sobre las que se encaraman aves de vistosos plumajes y folículos de cuidadísima hechura.

Las pinturas surgieron de los pinceles de Gaspar Becerra, quien, junto con el enigmático Juan Bautista de Toledo, fue el único arquitecto y pintor español que mediado el siglo XVI trabajó en Italia junto a Miguel Ángel Buonarroti (Caprese, 1475-Roma, 1564) y a Giorgio Vasari (Arezzo,1511-Florencia, 1574). Había nacido en la jienense Baeza en 1520 en una familia de artistas. En su adolescencia viajó a Italia y, tras adiestrarse en numerosos saberes a la sombra de ambos maestros, participó en la ornamentación del palazzo romano de la Cancillería y en el templo de Trinitá del Monte.

De regreso a España en 1558, recaló en Valladolid. En Astorga hizo un retablo dedicado a la Natividad de María, quizá su obra más conocida. Gaspar Becerra ilustró con magníficas anatomías un tratado del protomédico Valverde. Identificada su estatura artística por Felipe II, éste lo llamó para decorar su palacio de El Pardo a partir de 1563.

Lejos de ser un mero oficiante de las artes monumentales a la usanza de los alarifes tardomedievales atrapados en la rigidez de una escuela y replegados sobre la figura de un gran maestro, Becerra se procuró formación en estética y perspectiva de entidad suficientes como para permitirle recrear el anticuarismo del Renacimiento italiano con una expresión filosófica de su cuño signada con impronta propia. Serenidad, luminosidad y grandeza, sin llegar a la terribilitá de Buonarroti, definen sus obras.

El origen del palacio de El Pardo se remonta al año de 1405, cuando Enrique III de Trastamara quiso instalar en las riberas del Manzanares un pabellón de caza para gozar de la riqueza de sus bosques de encinas y robles, cobijo de ciervos y osos. Incluso hoy, no es raro ver por la ruta asfaltada que conecta El Pardo con Madrid, a 12 kilómetros, jabalíes y jabatos -casi siempre altamente malhumorados y susceptibles-, desplazarse en tropel en busca de agua y pastos.