Las hilanderas
o La fábula de Aracne – Diego Velázquez
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Original |
Este
cuadro, llevado a cabo por el famoso pintor sevillano Diego
Velázquez, fue realizado entre los años 1655 y 1660, tomándose
frecuentemente como fecha de referencia el año 1657. La obra, de
estilo barroco y óleo sobre lienzo, presenta unas dimensiones de
222'5 ×
293 cm, medidas que fueron ampliadas tras la muerte del autor
original en 1664 de manera que se añadieron aproximadamente unos 50
cm de altura y 37 de los mismos a los laterales con motivo de los
posibles daños que pudo haber sufrido el cuadro en el incendio del
Alcázar de Madrid en 1734. En el año 1980 se realizó una
exhaustiva restauración debido al desprendimiento de varias capas de
pintura, restaurando también los añadidos, los cuales se ocultan
actualmente al público -es decir, mostrando solo la obra original
que pintó Velázquez- al colocarlo en una doble pared.
En cuanto a estilo, el autor
divide su obra en dos planos muy visibles dados su drásticos cambios
de iluminación entre uno y otro. Aun así, Velázquez logra que este
cuadro se "lea" de una forma determinada y precisa: de
derecha a izquierda sin pasar por el centro para luego regresar a él
y finalmente tropezar con la escena del fondo, lo cual era una
estrategia muy típica de la época. Una vez el espectador se detiene
a observar el fondo y presta atención, puede verse un detalle con
cierto aire perturbador e inquietante: una de las mujeres parece
haberse volteado a mirar directamente a aquel que ahora la mira.
Sin embargo y a pesar de su
genialidad como planteamiento y distribución, los colores que
utiliza no son muy contrastantes entre ellos, que, siendo aplicados
en varias capas de trazos muy diluidos y finos, rompe el esquema del
Barroco. Dado el virtuosismo de su autor con la pintura, Velázquez
tenía la capacidad de convertir, con escasas pinceladas sueltas, una
mancha en una silueta, y después una figura, todo ello dependiendo
de la distancia a la que se encuentre el espectador, lo cual dos
siglos más tarde fue usado también en el impresionismo. En este
ejemplar y al igual que en Las Meninas,
el sevillano demuestra su dominio de la denominada "perspectiva
aérea", dando la impresión de que existe un aire que difumina
los contornos, plasmando todo el espacio que existe entre las
figuras; al igual que logra transmitir la sensación de movimiento
que podemos ver muy claramente tanto en la rueca -que gira a tanta
velocidad que no pueden distinguirse sus radios- o en la mano de la
mujer de la derecha, que parece devanar tan ágil y velozmente la
madeja que tenga un dedo de más.
Finalmente,
también puede verse un arrepentimiento
en
la cabeza de la muchacha de medio cuerpo con el cesto del lateral
derecho.
Pasando
ahora a analizar el tema tratado en la pintura, puede resultar algo
engañoso: el autor juega al despiste haciendo cree a un espectador
poco informado que lo que trata de representar es tan solo una
cotidiana escena de un taller, pero, sin embargo, su significado va
mucho más allá de la perpetuidad de la rutina de unas simples
hilanderas, llegando a la mitología griega. En este cuadro,
Velázquez representa la conocida como Fábula
de Aracne,
nombre por el cual aparece registrado en un inventario de Pedro de
Arce. La fábula cuenta la historia de una joven hilandera, Aracne,
cuyo don para hilar era tal que las gentes del pueblo comenzaron a
comentar que la muchacha tejía mejor que la mismísima diosa Atenea.
La diosa, transformada en anciana, acude al taller a comprobar las
habladurías. Esto se representa en el primer plano del cuadro, la
penumbra, donde se ve a chica joven de espaldas -Aracne- devanando
una madeja y a Atenea transformada, fácilmente distinguible por el
detalle que pintó Velázquez en la pierna descubierta de la mujer,
con cierto aspecto adolescente. También, y ya puestos a relacionar
todo con la mitología, las mujeres a los laterales podrían ser
parcas romanas, que, con hilos, controlan la vida de los humanos.
Al
fondo podemos ver representado el final de la fábula, donde Aracne,
tras haber competido contra Atenea para comprobar quien hilaba mejor,
muestra un tapiz en una evidente ofensiva a la diosa, representando
uno de los engaños que su padre, Zeus, había hecho para conseguir
favores sexuales de mujeres jóvenes. Ese en concreto, se trata del
rapto de Europa, donde Zeus, transformado en un toro blanco, seduce a
Europa. Dentro del cuadro podemos observar cómo el sevillano
reprodujo con total fidelidad el cuadro llamado El
rapto de Europa
de Rubens. Además, consigue lograr la ilusión de que tanto Aracne
como Atenea -con su casco que la caracteriza- parezcan dentro del
mismo tapiz. Al término de la fábula, Atenea, furiosa, convierte a
Aracne en un artrópodo, aquel que conocemos actualmente como araña,
condenándola a tejer toda la eternidad.
Además de esta, siendo la más conocida, existen muchas otras
interpretaciones, un tanto más subjetivas y sin comprobar, más
cercanas a los deseos de Velázquez o como crítica del propio autor
hacia ciertos aspectos con los que se mostraba disconforme.
En definitiva, este cuadro concentra toda la genialidad de Velázquez,
siendo este una gran referencia tanto de la pintura española como
también de la universal. Su exclusividad sin tomar otros encargos
ajenos a la Corte, o el conocimiento de otras grandes influencias de
la época hicieron de este pintor sevillano todo un virtuoso en su
área que se mantuvo en una permanente evolución, y, al ser esta una
de sus últimas obras, se aprecia también la mezcla de estilos,
logrando una perfecta armonía entre el estilo barroco y el trazo y
la forma de sus pinceladas, que se anticipaba nada más y nada menos
que dos siglos al estilo de la pintura impresionista.
Diego
Velázquez
Diego Rodríguez de Silva y Velázquez, sevillano nacido el 6 de
junio de 1599, fue un muy conocido pintor barroco, que consiguió ser
una de las máximas referencias de la pintura española y considerado
maestro de la pintura universal. Falleció el 6 de agosto de 1660 en
Madrid. Fue el mayor de ocho hermanos, y, como uno de sus hermanos
con su mismo oficio, decidió adoptar el apellido de su madre en las
firmas como se acostumbraba a hacer en Andalucía en aquel tiempo.
Su familia formaba parte de la hidalguía, pero no hay pruebas que
confirmen la nobleza del pintor, que vivió casi en la pobreza. Se
formó en su ciudad natal, siendo esta la más poblada y poderosa del
Imperio en su época. Su carrera como pintor, una vez terminó el
aprendizaje, comenzó el 14 de marzo de 1617, cuando aprobó el
examen que le daba acceso al gremio de pintores de Sevilla. Sus obras
más conocidas son: Las hilanderas, El triunfo de Baco,
Inocencio X -retrato-, La rendición de Breda, Vieja
friendo huevos y Las meninas, entre otras.